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Foto del escritorGonzalo Escrig Molina

La llamada del cine

Resulta asombroso lo fácil que resulta olvidar, lo despreocupadamente que dejamos atrás los recuerdos en nuestro constante vagar. Nos perdemos en el torbellino de los días, en ese fluir incansable donde las razones se difuminan y los porqués originales se esfuman como humo entre los dedos.


He pasado días, tal vez semanas, revolviendo en mi mente el instante preciso, el chispazo que me empujó hacia el cine, esa locura de escoger un camino jalonado de incertidumbres e inseguridades. ¿Qué clase de delirio lleva a un hombre a un abismo tan estrepitoso? Pero entonces, como un rayo claro en noche cerrada, recordé.


Vuelven a mí aquellos domingos de infancia, cuando el cine era el faro que ordenaba nuestras escapadas. Nos amontonábamos en el coche y conducíamos hasta Heron City, buscando refugio en el ritual familiar del almuerzo en asientos acolchados. Mis padres y mi hermano pedían hamburguesas —una bien hecha, la otra en su punto— y mi madre se decantaba por un corte jugoso de lomo alto. Yo, fiel a mis tiras de pollo con patatas, repetía menú sin cansancio.


Luego, tras saldar la cuenta, caminábamos hacia la taquilla para adquirir nuestras entradas, escogidas previamente en casa entre debates y tráileres navegados. Con palomitas y Coca-Cola en mano, nos dirigíamos a nuestra sala, santuario de sombras y luces. Y allí, en la oscuridad, comenzaba el espectáculo, la verdadera magia: el arte de ver con los ojos bien abiertos.


Salía de cada proyección con una imagen indeleble en mi mente, un fotograma que se convertía en mi sombra durante días. Dios, cómo recuerdo esos retazos de alegría, esos momentos sutiles y poderosos que el cine tejía en la trama de nuestra existencia, robándonos un fragmento de vida para devolvérnoslo transformado en sueños. Eran esos chispazos de felicidad, esos instantes efímeros, los que me impulsaron a declarar que esto, precisamente esto, era lo que quería hacer con mi vida. 


Esos momentos de unión que parecían perdidos en el tiempo, resurgen, aunque sea en espíritu, cada vez que me sumerjo en una película. El cine, en esencia, siempre ha sido un relato de unión... Es allí, en esas salas oscurecidas, donde se fabrican los finales felices, que tanto quisiéramos que nos acompañasen en las adversidades del día a día.


Anhelo crear películas que perduren, que desafíen. Deseo que el espectador se inquiete, que se retuerza en su asiento, que se pregunte: "¿Qué hago aquí, en esta oscuridad, junto a estos desconocidos, contemplando estas luces danzar como si fueran a revelar el sentido último de todo?" Parte de mis sueños radica en esta idea. El público, al entregarnos su tiempo, nos regala un pedazo de su vida para sumergirse con extraños en una experiencia que, aunque no lo sepan, trasciende lo meramente terrenal.


Necesitamos testigos de nuestras vidas. Anhelamos ver nuestras historias reflejadas en la pantalla, nuestras esperanzas y temores... Debemos ver a otros vivir nuestros sueños para alimentar la esperanza de que, tal vez un día, nosotros también los alcanzaremos. Al cruzar las puertas del cine y sumergirnos en la oscuridad, firmamos un pacto tácito: nos comprometemos a sentir lo bueno y lo malo, lo divertido y lo trágico de las historias que se despliegan ante nosotros, como si fuesen nuestras propias vidas. En cierto modo, al entrar a una sala de cine y observar la vida a veinticuatro cuadros por segundo, empezamos a vivirla de verdad. Las películas se convierten entonces en cápsulas del tiempo, en ventanas a mundos posibles e imposibles. Quizá tenía razón Francis Ford Coppola cuando afirmó que "el cine es el arte que más se parece a la imaginación humana".


Ahora recuerdo que me impulsó a querer ser cineasta. A pesar de los pequeños baches y de desilusiones, que como un jarrón de agua fría nos da la vida, sigo pensando que con esfuerzo y trabajo puedo alcanzar las estrellas. Que los únicos límites son los que uno mismo se impone. Porque el mundo necesita desesperadamente a personas que estén dispuestas a dar un golpe en la mesa y expresar lo que sienten. Personas, que nos hagan sentir que al otro lado hay alguien que mira las cosas de la misma forma que nosotros. Esa será mi tarea, mi objetivo último. Porque así lo decidí un día, y así lo sigo pensando.


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