Nada en los primeros años de la vida de Stresemann, salvo quizás su admiración por Goethe y Napoleón, daba indicios de la grandeza con la que más tarde iba a intentar la tarea casi sobrehumana de conciliar nacionalismo e internacionalismo con las pasiones de la posguerra. De hecho, sufrió la mayor parte de su vida a causa de su origen social, por muy respetable que fuera. Gustav Stresemann no había disfrutado de ventajas en su educación. Su cuna estaba en un sencillo hogar del sureste de Berlín, levantado por un padre que obtenía unos modestos ingresos de clase media en el comercio de la cerveza. Precisamente por esta razón, se negó a ser considerado para cualquier alto cargo gubernamental cuando estuvo a su alcance durante la Primera Guerra Mundial. Todavía en la época en que era un hombre de talla mundial, se sentaba en su despacho a reflexionar sobre la pequeña casa en la que había nacido y a confesar en un poema lo poco que le importaban el esplendor y la riqueza. El poema concluía con la orgullosa exclamación de gratitud de sus padres: "¡Sí, soy vuestro; soy vuestro hijo!". Estaba claro que el trabajo duro lo había convertido en, como escribe el historiador Felix E. Hirsch en 'Stresemann in historical perspective' [Stresemann en una perspectiva histórica], "el hombre de la política práctica con un corazón romántico".
En 1923, la república de Weimar se encontraba al borde del colapso total. Ese mismo año, tropas belgas y francesas habían entrado en el Ruhr, el centro de la producción alemana de hierro, acero y carbón. Lo que había nacido en 1918 como una democracia entusiasta, ilusionada e ilusionante, estaba ahora sumergida en un periodo de hiperinflación que amenazaba con hacerla desaparecer.
Años atrás, en junio de 1919, para ser más exactos, el gobierno provisional había firmado el Tratado de Versalles, que responsabilizaba del estallido de la guerra a Alemania y sus aliados. En menos de un año, los alemanes habían pasado de ser uno de los mayores Imperios de Europa, a una república vencida y enbancarrota. Los Aliados tenían sed de sangre y querían ver a Alemania pagar por sus actos. Obligada por el tratado, Alemania se vio en situación de pagar a los Aliados 136.000 millones de marcos. Un pago al que no puedo hacer frente y que, consecuentemente, llevó a Francia y Bélgica a invadir el Ruhr. En septiembre de 1925, durante un discurso, Stresemann aseguró que el tratado era "una alianza mundial contra Alemania. Esa ha sido la naturaleza diabólica de Versalles".
La república había sobrevivido a dos intentos de golpe de estado, perpetrados por los Espartaquistas (comunistas) en 1919 y los Freikorps (ex militares) en 1921, pero todo apuntaba a que, esta vez, la invasión franco-belga iba a conseguir dividir y destruir esta joven democracia. Pocos podrían haber sospechado que el destino de la república recaería en manos de un fabricante de chocolate.
Es aquí donde aparece la figura política más importante de todo el siglo XX: Gustav Stresemann. Su extraordinaria labor como Canciller y ministro de exteriores consiguió, milagrosamente, restablecer la relaciones internacionales de Alemania, reducir la deuda pública y salir del periodo de hiperinflación. De esta forma, asentó de una vez por todas la república de Weimar. El historiador Cesar Roa aseguró, en conversaciones con la revista, que "la figura de Stresemann es especialmente relevante porque pertenece a un grupo de actores que, a pesar de que sus orígenes les hacían sentirse incómodos en la era de las democracias de masas, terminaron asumiendo que la República de Weimar era la mejor opción que tenía la Alemania de posguerra".
Stresemann se convirtió en canciller en 1923 y dirigió el gobierno de la "Gran Coalición". Esta administración, a pesar de su breve duración (4 meses), ayudó a resolver el urgente problema de la hiperinflación y trajo consigo importantes mejoras en el estado de la economía (por ejemplo, un descenso del desempleo, más construcción de viviendas e inversiones en sistemas de transporte). Stresemann quería liberar a la república de Weimar de las cadenas impuestas por el tratado de Versalles y devolver al país a la familia de las naciones democráticas.
El pueblo necesitaba comer, los trabajadores necesitaban trabajar, y los soldados, impasibles, observaban cómo su gobierno permitía a dos países extranjeros invadir con impunidad Alemania. Como consecuencia de la crisis de hiperinflación de 1923, el marco alemán carecía de valor. El Gobierno había decidido hacer un llamamiento inmediato a la resistencia pasiva de la población renana y pidió a los sindicatos que convocaran una huelga general. La suspensión de la actividad desembocó en una fuerte merma de la producción, de la exportación y de los ingresos fiscales. El Gobierno decidió destinar cuantiosos fondos para apoyar la política de resistencia pasiva cubriendo las necesidades de los trabajador. Para ello, puso en marcha la máquina de imprimir dinero, lo que llevó a la depreciación de la moneda y el aumento de la inflación. Tal y como apunta José Luis del Hierro en su libro 'Democracia frustrada: Un estudio comparado de la República de Weimar y la Segunda República Española', "El 1 de septiembre el Reichsbank puso en circulación el billete de 500 millones de marcos y días después el de 1.000 millones. Pronto se necesitaron 500 millones de marcos para comprar una sola libra esterlina. El 11 del mismo mes, se necesitaban 200 millones".
Stresemann sabía que necesitaba actuar rápido, ya que el país estaba al borde de una guerra civil y lo primero que debía hacer era estabilizar el valor de la moneda. Llevó a cabo estrategias firmes para hacer frente a la hiperinflación, la situación en el Ruhr y la disidencia política, utilizando los poderes de emergencia previstos en el artículo 48 de la Constitución, que otorgaba al presidente el poder de aprobar leyes sin la aprobación del parlamento. De esta forma, en noviembre de 1923, introdujo una nueva moneda como solución temporal, el rentenmark, restableciendo así el valor monetario original. No obstante, el gobierno de la “Gran coalición” se vino abajo cuando varios partidos se unieron para llevar a cabo un voto de no confianza, que perdió.
Aun así, Stresemann siguió trabajando como parte de los nuevos gobiernos de coalición como ministro de exteriores y, en 1924, se creó un nuevo banco nacional independiente, llamado Reichsbank, que recibió el control de la nueva moneda. Ese mismo año se emitió el recismark para sustituir al rentenmark. Estas medidas devolvieron la confianza en el sistema financiero alemán y fueron vitales para que la economía alemana se fortaleciera. Solo así pudo Alemania entrar en el período popularmente conocido como los felices años veinte. La República de Weimar se transformó en uno de los periodos más creativos de la historia de Alemania, con un impresionante despliegue de esfuerzos que escapaba a cualquier arte y se extendía a todas ellas. La edad de oro de la democracia había llegado a materializarse, y la vida, tal y como decía Liza Minnelli, era un cabaret. Para José Segovia, la actuación de Stresemann fue un "milagro" asegurando que: "Gracias a Gustav Stresemann, la recuperación alemana siguió un ritmo tan acelerado que en 1928 Alemania ya era la segunda potencia industrial del mundo".
Así era, la economía estaba mejorando, pero el Ruhr seguía controlado por tropas extranjeras. Era hora de restablecer las relaciones internacionales de Alemania con el resto de Europa, empezando por Francia. Para ello, el gobierno debía de retomar el pago de las reparaciones, aún con su economía debilitada. En 1924 se firmó el Plan Dawes, llamado así por el americano Charles Dawes. Este plan introdujo una serie de acuerdos entre los Aliados y Alemania para restablecer el orden en el Ruhr. Tal y como expresa Luis del Hierro, "La aprobación del Plan Dawes y su puesta en práctica supuso un alivio para la economía alemana".
Estados Unidos prestó a Alemania 800 millones de marcos de oro, lo que supuso un gran impulso para la industria alemana. Los pagos de las reparaciones se redujeron a 1.000 millones de marcos durante los primeros 5 años, para hacerlos más asequibles. Los Aliados acordaron revisar el ritmo de los pagos con el tiempo, para tener en cuenta la situación económica de Alemania y su capacidad de pago además de obtener cierto control del Reichsbank y de los ferrocarriles en Alemania. Gracias al tratado, la economía alemana se restableció por completo, lo que llevó a nuevos préstamos de los Estados Unidos. Durante los seis años siguientes, Alemania recibió más de 25.000 millones de marcos en préstamos, lo que permitió la recuperación de la economía del país. Un año después, Alemania firmó el Pacto de Locarno, junto con Francia, Bélgica, Italia, Inglaterra, Checoslovaquia y Polonia. En él, Alemania aceptaba las nuevas fronteras establecidas en el Tratado de Versalles y todos los países prometieron no emplear fuerza militar si no era en defensa propia.
Para Stresemann el Pacto de Locarno era una victoria porque hacía más probable la paz en Europa. Alemania pasó a ser tratada de igual a igual con las demás potencias europeas, en lugar de recibir sus órdenes. Como demuestra la entrada de Alemania en la Liga de las Naciones. Ese mismo año, las tropas francesas y belgas abandonaron el Ruhr restableciendo el orden inicial. Un año después, en 1926, Stresemann fue galardonado con el premio Nobel de la paz junto con Aristide Briand, primer ministro de Francia. Este nuevo período (1925 - 1929) pasó a ser conocido como “la luna de miel de Locarno”. En su discurso de aceptación, Stresemann dijo: “Con mi agradecimiento enlazo la esperanza de que los ideales en los que se basa este honor puedan convertirse en propiedad común de las naciones disidentes. Pertenecemos a una generación que lucha por salir de la oscuridad hacia la luz: Que estas palabras sean ciertas para nuestros tiempos".
El historiador E. H. Carr habla en su libro '¿Qué es la historia?' , sobre el "fetichismo de los documentos y el caso Gustav Stresemann". Según Carr, cuando Stresemann murió en 1929 dejó 300 cajas llenas de documentos oficiales y privados en relación a sus seis años como ministro de exteriores alemán. Su secretario, y mayor confidente, Henry Bernhard, publicó tres años después de su muerte sus memorias en tres tomos como una recopilación de los documentos clasificados. Más tarde, en 1945, se descubrió que Bernhard había realizado una más que considerable tarea de depuración y selección de documentos, dejando de lado gran parte de la política oriental de Stresemann. Lo mismo ocurrió años más tarde con la traducción de sus memorias al inglés por el académico Sutton. Este omitió una tercera parte del original, alegando en el prólogo que "estaba ligeramente condensado". Para Carr, "es importante recalcar que los documentos no nos dicen lo que ocurrió, sino tan sólo lo que Stresemann creyó que había ocurrido, o lo que deseaba que los demás pensaran. El proceso seleccionador no lo empezaron Bernhard o Sutton, sino el mismo Stresemann". Por tanto, los documentos, por sí solos, no constituyen historia.
No obstante, la luna de miel llegó a su fin el 3 de octubre de 1929, cuando, con tan solo 51 años, Stresemann sucumbió a un accidente cerebrovascular. Quien para muchos era el hombre del destino de aquellos tiempos, ya no estaba, y el futuro de Alemania parecía ser más incierto que nunca. El gobierno de la República de Weimar le honró con un funeral de estado, consciente de haber perdido al hombre que había hecho en buena medida posible la supervivencia del régimen y su renacimiento internacional. No había futuro posible para la república, pues él era la república. La vieja y la nueva Alemania, cuya línea había sido trazada por el propio Stresemann, ya no existía. La lucha entre la vieja y nueva Europa era inminente. Tal y como recuerda Cesar Roa, "la presencia de Stresemann jugó un papel decisivo en la integración de capas sociales conservadoras en la República y en la búsqueda de un entendimiento pacífico con Francia". Un mes después de su muerte, Estados Unidos viviría la más catastrófica caída del mercado de valores en la historia de Wall Street, sumiendo a occidente en una crisis sin precedentes. Una sombra descendía en Europa. Y es que, si hay una lección que podemos sacar de la República de Weimar, es que ningún experimento democrático en la Alemania vencida puede tener éxito, a menos que los aliados occidentales le den un apoyo constante, en su propio interés. Su biógrafo inglés, Jonathan Wright, ha asegurado a la revista que "su papel político contribuyó a dar a la economía una estabilidad temporal, pero no pudo evitar la gran depresión".
Su muerte traspasó fronteras y, tal y como recogía el periódico español LA OPINIÓN en su segunda edición del viernes 4 de octubre de 1929, "la emoción producida en esta ciudad (Berlín) por la muerte del ministro de Negocios Extranjeros ha sido grandísima. En todas partes se comenta el hecho atribuyéndole el alcance de una pérdida irreparable para Alemania y para la causa de la paz universal". Según recoge el periódico, Primo de Rivera entregó a los periodistas una cuartilla donde aseguraba que el mundo entero, y más especialmente cuantos en él acariciaban el ideal de la paz, han de sentir hondamente su muerte. Don Marcelino Domingo, figura destacada de la política española, aseguró que Stresemann era uno de los grandes artífices de los futuros Estados Unidos de Europa, añadiendo que supo ver Europa por encima de Alemania y sentir la obra constructiva de la paz por encima de los odios de la guerra. No obstante, tal vez el historiador y periodista Rudolf Olden es, a día de hoy, la persona que mejor ha descrito a Stresemann, pues en su biografía dice: "Admirado y amado, vilipendiado y odiado. Puede ser como quiera, pero en estos años, en un punto de inflexión de la historia, él fue Alemania".
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