La verdadera lucha final será entre
comunistas y excomunistas.
Ignazio Silone, líder histórico del PCI
Tras la abdicación del zar, la autocracia fue reemplazada por la proclamación de un Gobierno Provisional basado en la autoridad de la Duma. La revolución de febrero de 1917 trajo de vuelta a Petrogrado desde Siberia a una multitud de revolucionarios del exilio. Muchos de estos revolucionarios pensaban que los acontecimientos de febrero habían concluido con el establecimiento de un régimen democrático-burgués y, por tanto, la revolución socialista no era necesaria por el momento. Pero para Lenin, aquello no podía mantenerse dentro de límites burgueses.
En junio de 1917 se reunió un Congreso Panruso de los Soviets con un total de 800 delegados. Los resultados de dicho congreso dieron a los socialistas revolucionarios 285 asientos, 248 a los mencheviques y tan solo 105 a los bolcheviques. A pesar de los pésimos resultados, la influencia de los bolcheviques en las fábricas y en el ejército aumentó considerablemente, hasta que en julio el Gobierno Provisional decidió actuar contra ellos acusándolos de realizar propaganda subversiva en el ejército y actuar como agentes alemanes. Lenin huyó a Finlandia, donde se mantuvo en contacto con el partido, que ahora trabajaba desde la clandestinidad. Fue en Finlandia donde escribió uno de sus más famosos ensayos, El Estado y la revolución, donde, tal y como afirmaba Marx, después de la victoria de la revolución era necesario establecer un período de transición bajo la dictadura del proletariado.
En septiembre, los bolcheviques consiguieron obtener la mayoría en los soviets de Petrogrado y Moscú, obteniendo el poder necesario para desafiar al Gobierno Provisional. En octubre, regresó a Petrogrado disfrazado para preparar una inmediata toma del poder junto con el comité militar revolucionario.
El 7 de noviembre (25 de octubre en el viejo calendario que sería introducido unos meses más tarde), la Guardia Roja avanzó sobre el Palacio de Invierno. La toma del Palacio se ha visto muy distorsionada a lo largo de los años, relatándose como una batalla épica entre el bien y el mal. Los cuadros que la conmemoran nos muestran a obreros luchando incansablemente contra el ejército del gobierno provisional, aunque, en realidad, fue un golpe sin sangre. “Las pocas fotografías que nos han llegado de los días de octubre muestran claramente las pequeñas dimensiones de la fuerza insurgente”. De hecho, lo único que lograron tomar del Palacio de Invierno, tal y como explica Kritchevski en una recopilación de artículos en L’Humanité fue la bodega. “Las bodegas del Palacio de Invierno fueron saqueadas sistemáticamente. El ejemplo [...] llevó a la borrachera a amplias capas populares, incluyendo a mujeres y niños”. Regimiento tras regimiento, todos caían ebrios de vino sin conseguir establecer un orden. Finalmente, tuvo que hacerse cargo del asunto un regimiento de anarquistas vegetarianos, que luego fueron fusilados. Durante los días siguientes, decenas de miles de botellas desaparecieron de los estantes. Los obreros y soldados bolcheviques se estaban apoderando de la cosecha favorita del zar mientras vendían el vodka a la gente del exterior. “Durante varias semanas la anarquía continuó, incluso se impuso la ley marcial, hasta que, finalmente, se acabó el alcohol con el año viejo, y la capital despertó con la mayor resaca de la historia”. Al final, la insurrección bolchevique estaba condenada al caos, ya que estos tenían a su disposición a muy pocos soldados disciplinados. La revolución bolchevique no fue más que la degeneración de una revolución social donde se utilizó la violencia, el crimen y el saqueo como principales expresiones de descontento social por parte de la lucha obrera.
Tras la toma del Palacio de Invierno, el congreso proclamó la disolución del Gobierno Provisional y el paso de la autoridad de los soviets. Estos últimos abolieron a perpetuidad la propiedad privada y concedieron el derecho a usar la tierra a todos los ciudadanos del Estado ruso.
El 4 de noviembre fue creada una comisión de suministros, cuya primera proclama estigmatizaba a las clases ricas que se aprovechaban de la miseria y afirmaba que era hora de requisar los excedentes de los ricos e incluso sus bienes. El 26 de noviembre, el decreto relativo a la tierra suprime toda propiedad privada territorial de inmediato y sin compensación alguna, prohibiendo la compraventa de parcelas y el empleo de asalariados. El Decreto sobre la Tierra fue tolerado e incluso celebrado por algunos que lo interpretaban como una reforma agraria que delegaba en los propios campesinos el control de la tierra, aunque la realidad es muy distinta. El 24 de noviembre, la comisión de suministros decidió enviar inmediatamente destacamentos especiales compuestos por soldados, marinos, obreros y guardias rojos a las provincias productoras de cereales, a fin de procurarse los productos alimenticios de primera necesidad para Petrogrado y el frente. Esta medida mostraba la política de requisición que se llevaría a cabo a lo largo de los próximos tres años, convirtiéndose así en “un factor esencial del enfrentamiento, generador de violencia y de terror, entre el nuevo poder y el campesinado”.
Desde el otoño de 1917, miles de grandes propiedades rústicas habían sido saqueadas por los campesinos encolerizados y centenares de grandes propietarios habían sido asesinados. Los acontecimientos de 1917 habían permitido la formación de una violencia urbana cuyo efecto podía ser devastador para un Rusia sumergida en una revolución marcada por el resentimiento y las frustraciones sociales. De hecho, los intelectuales tenían muy claro que las revueltas campesinas eran lo que había debilitado al Gobierno provisional, permitiendo a los bolcheviques apoderarse del poder en el vacío constitucional, aunque sin mucho éxito.
Los bolcheviques, que todavía tenían poco poder en el campo, adoptaron de agricultura para la distribución igualitaria de la tierra entre quienes la cultivaban. Los campesinos tomaron y distribuyeron entre ellos las parcelas que previamente habían pertenecido a la nobleza y las posesiones de los campesinos acomodados (kulaks). Al no tener medios para dividir la tierra, como mapas y reglas, esta se quedó como siempre lo había estado, con su anchura dividida en tiras para luego asignarlas a las casas campesinas según la norma igualitaria local. Las tierras confiscadas a la nobleza y a la Iglesia se dividían por separada, porque se temía que, si la revolución era derrotada, los campesinos se verían forzados a devolver esta tierra a sus antiguos dueños. Esta improvisación por parte de los campesinos durante el primer año de la revolución derivó en “la división de la tierra entre una multiplicidad de pequeños cultivadores que vivían a nivel de subsistencia y una disminución en el tamaño de las unidades agrícolas”.
Durante la guerra civil, la comida era la prioridad. Los trabajadores de las ciudades y las fábricas estaban hambrientos. Las tiendas y los restaurantes se cerraron, al igual que muchas de las fábricas. Los caballos comenzaron a desaparecer, adquiriendo la forma de salchicha o de sopa. Las verjas de madera también desaparecieron, al igual que todo el censo de árboles de Petrogrado que la gente fue talando para hacerse con algo de leña. En mayo de 1918, se comenzaron a organizar destacamentos de alimentación para recaudar grano de los kulaks que los estaban atesorando. Un comité de campesinos pobres sería el encargado de supervisar la recolección, distribución y envío a las ciudades del grano y otros productos agrícolas de primera necesidad.
La batalla por el grano que derivó de la guerra de los bolcheviques contra el campo rozaba casi el odio por el campesinado. Los bolcheviques consideraban que los campesinos se habían vuelto unos pequeñoburgueses y defendían los intereses de la propiedad privada y el libre mercado, el peor de los pecados. Lenin manifestó que las aldeas se estaban dividiendo en dos clases: los campesinos pobres y los kulaks o agricultores capitalistas. Aunque el término «campesino pobre» puede resultar raro e insultante hoy en día, Orlando Figes nos dice que es un ejemplo “brillante” de la propaganda bolchevique. “El campesino ruso se veía a sí mismo como pobre y, a diferencia de los campesinos del occidente protestante, no veían que ser pobre fuera algo vergonzoso”. Lo curioso es que, en diciembre de 1918, los comités de campesinos pobres, los únicos campesinos revolucionarios según los propios bolcheviques fueron abolidos, ya que las autoridades comenzaron a apoyar a una nueva clase social, los «campesinos medios». Estos campesinos medios estaban por encima de los pobres, pero no merecían la etiqueta de ricos o kulaks. Los kulaks, en comparación a los campesinos pobres o medios, eran considerados capitalistas y, por tanto, enemigos del pueblo. Sin embargo, durante la guerra civil, lo que distinguía verdaderamente a un campesino pobre de uno rico era poseer un caballo o una vaca extra.
A partir de abril de 1918 la producción industrial se vio cada vez más controlada, aunque todos los esfuerzos se concentraban únicamente en industrias esenciales, ya que las demandas del Ejército Rojo estaban por encima de todo. La mano de obra fue movilizada al frente y el transporte se vino abajo. Los suministros de materias primas se agotaron y no se pudieron reponer. Cuando la crisis de suministros en las ciudades agudizó, los bolcheviques culparon a los kulaks. Los bolcheviques comenzaron a utilizar a los kulaks como chivo expiatorio y los volvieron los protagonistas de su propaganda, caricaturizándolos como gordos capitalistas y codiciosos. De esta forma, se consiguió canalizar la cólera de los obreros, que notaban cómo los efectos de la guerra iban en aumento. Según Edward Carr, Durante los primeros tres años de la guerra civil, Moscú perdió a un 44,5% de su población y Petrogrado un 57,5%.
El llamado Ejército de alimentos condujo un ataque contra los «malvados» kulaks, donde requisaron a la fuerza los excedentes de grano ocupando aldeas enteras. Muchos de los campesinos intentaron esconder sus reservas de grano a las brigadas de alimento, que se llevaban cantidades vitales de objetos privados, fusiles y vodka, enterrando los sacos de harina bajo el suelo de la casa o en los pajares. Al final, las brigadas de requisa se llevaban las cantidades necesarias de alimentos, aunque esto significase privar a los campesinos de últimas reservas personales. Si un granero estaba vacío, era porque su propietario estaba escondiendo la comida y era un kulak.
La lucha a muerte entre los bolcheviques y el campesinado terminó con las brigadas volantes. Estas brigadas patrullaban los caminos y confiscaban todos los alimentos que llevaran los viajeros que entraban en la ciudad. Los trenes eran registrados mientras los pasajeros eran obligados a mostrar sus pertenencias. Finalmente, al ver que era imposible eliminar el mercado, Lenin reconoció que la mayoría de los alimentos que llegaban a la ciudad eran traídos ilegalmente. Por tanto, los bolcheviques decidieron tolerar el tráfico privado de alimentos, sin los cuales los trabajadores se habrían muerto de hambre. La industria, al igual que los campesinos, era libre de vender sus productos en el mercado al precio que pudiera conseguir por ello. Lenin era consciente de los peligros de la libertad de comercio, ya que pensaba que conducía inevitablemente a la victoria del capital con su completa restauración.
Lo que en principio iba a ser una revolución de reparto de riqueza se convirtió en una revolución de incautación. Los que iban a ayudar a la clase obrera se volvieron contra ella. La creación de un sistema de colectivización solo consiguió matar de hambre a más de 30 millones de rusos durante la guerra civil y provocar una guerra entre el estado y el campesinado. Un campesinado que no solamente fue traicionado, sino que tuvo que ser testigo de robos, expropiaciones, matanzas y violaciones, como resultado de una política económica y agraria que buscaba acabar con la propiedad privada y el libre comercio. Seguramente, el campesinado fue uno de los grupos que más luchó contra el Terror Rojo que implementó Lenin durante la guerra civil junto con el comunismo de guerra, que finalmente acabó con el establecimiento de una dictadura totalitaria basada en su figura. Tal y como dijo George Orwell, Lenin “no estableció una dictadura para salvaguardar la revolución: llevó a cabo una revolución para establecer la dictadura”.
Bibliografía citada:
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Figes, O. (2010). La revolución rusa 1891 1924. La tragedia de un pueblo (C. Vidal, Trans.; marzo de 2019 ed.). Editora y Distribuidora Hispano Americana, S.A.
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