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Foto del escritorGonzalo Escrig Molina

Lenin: El nacimiento del mito

Actualizado: 31 jul 2022

Lenin está inscrito en el gran corazón de la clase obrera.

Él fue nuestro maestro.

Él luchó con nosotros.

Él está inscrito en el gran corazón de la clase obrera.


Bertolt Brecht, Elogio al revolucionario


El origen del odio:


"La inteligencia siempre se ve amenazada por la voluntad. Toda voluntad empieza con la ley del deseo, con el niño que llora nada más nacer y al llorar dice: «yo quiero». En otras palabras, el deseo es presencia de la ausencia. Por tanto, el deseo jamás llega a obtener el objeto. Solo la inteligencia llega a poseerlo verdaderamente."

La sociedad sin clases que ansiaba Marx no es más que un esfuerzo para que la voluntad se sobreponga a la inteligencia. Marx no es más que un demagogo que antepone el mundo de la imaginación, la inmovilidad social, a la realidad.

Desde tiempos inmemoriales, el odio al mérito se ha promulgado en nuestra sociedad. El origen del odio al mérito se encuentra en el sermón de la montaña. En él, Jesús dice: “Benditos sean los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino” (Mateo 5:3-11). El adjetivo griego ptochós (pobre) no tiene únicamente un significado material, sino que quiere decir «mendigo». Está ligado al concepto judío de anawin, los «pobres de Yahvé», que evoca humildad, conciencia de los propios límites, de la propia condición existencial de pobreza. Es evidente que Jesucristo llama a un estilo de vida evangélico de sobriedad. A no dejarnos llevar por la cultura del consumo.

La diferencia entre el comunismo del sermón de la montaña, comunismo del amor, al comunismo científico, es que el evangelio nos presenta un paraíso no terrenal, un más allá. El comunismo científico, al contrario, busca crear el paraíso en la tierra: “es curioso que acabe siendo la quinta esencia de la putrefacción”.

El odio contra el comercio también está presente en el evangelio, durante la purificación del Templo de Jerusalén. Jesús, látigo en mano, atemoriza a los vendedores y los expulsa del templo. “No hagáis de la casa de mi padre, casa de comercio” (Juan 2:14-16). Parece que Jesús desconocía la naturaleza de los mercaderes, ya que su presencia era pura necesidad comercial. Hay que entender que el Templo de Jerusalén recibía peregrinos de todo el mundo antiguo. Jehová únicamente aceptaba ofrendas de sangre, por tanto, los visitantes necesitaban cambiar las monedas para poder comprar animales que sacrificar.

Dicha escena parece mandar el mensaje de que el comerciante debe mantenerse a una respetuosa distancia de cada santuario. Más adelante, la expulsión de los mercaderes del Templo recibe un sentido mayor, ya que estos recintos pasan a formar parte de un plan que rechaza la propiedad privada, cualquier nación excluyente y cualquier sacerdocio con pretensiones de casta o clase. El comerciante pasa a ser un pecador porque tal y como afirma Jesús, “no cabe servir a Dios y al dinero” (Mateo 6:24).

Con estas dos escenas bíblicas, podemos entender el odio al mérito y al comercio, pues el comunismo niega al individuo el derecho de hacer con sus bienes lo que le plazca, puesto que todo pertenece a todos. Aplicándolo al cristianismo, el dueño de cualquier propiedad es el Señor y Jesús llama envidiosos a quienes pretenden medir los esfuerzos como méritos. Años más tarde, once siglos después, para ser más exactos, la Reforma protestante nacería como una crítica contra el mérito debido a la desviación del mensaje bíblico por parte de la Iglesia Católica. La práctica corrupta, mediante la venta de bulas papales, empujó a Martín Lutero a atacar a la Iglesia Católica y mostrar que la salvación es un asunto por completo dependiente de la gracia de Dios. Sin embargo, tal y como apunta Michael J. Sandel en su libro, La tiranía del mérito. “La Reforma protestante que él [Martín Lutero] inauguró desembocaría en la ferozmente meritocrática ética del trabajo que los puritanos y sus sucesores traerían con el paso del tiempo a Norteamérica”.


Judíos y comerciantes:


A partir del 476 d.c, con la caída del Imperio Romano, los caminos se cierran, el transporte se vuelve increíblemente peligroso y el comercio es interrumpido. La moneda sigue perdiendo su valor a una velocidad vertiginosa y el comerciante es fuertemente perseguido. Dicha pérdida de valor comenzó con el emperador Nerón, cuando se empezaron a producir aleaciones de metales impuras, sacudiendo monedas en enormes bolsas de cuero para limarlas y reacuñarlas. Desde el siglo VII, la palabra comerciante queda prácticamente borrada del léxico, mientras que la palabra ladrón o usurero no deja de repetirse. Pensar en el beneficio está mal visto por la sociedad. Si se analiza el Capitulare de villis vel curtis imperii de Carlomagno y su hijo Ludovico Pío, lo primero que se dice es que cualquier acumulación de riqueza es impía y está prohibida por Dios, dejando claro que al emperador le corresponde desmantelar esas inmundas empresas que consisten en ganar dinero. El comerciante se vuelve un pecador y los Radhanitas, que consiguieron mantener abiertas las rutas comerciales creadas durante el Imperio Romano, se volvieron sinónimo de usureros. Pero no hay que quitarles mérito ya que, tal y como apunta Antonio Escohotado en el primer volumen de Los enemigos del comercio, “la empresa más brillante del siglo IX es obra de los llamados radanitas judíos, un grupo de políglotas y aventureros”. Al final, se intentó borrar a los comerciantes, omitiendo el término negotiator o lucrum, ambas consideradas malsonantes, de una sociedad que inmovilizó patrimonios inmobiliarios, tesaurizó la moneda de ley y generalizó un modelo de comuna autárquica.


La primera revolución y su legado:


La Revolución Francesa siempre ha sido interpretada desde un punto de vista marxista, como pasa con Georges Lefebvre. Todos plantean la Revolución Francesa desde la lucha de clases, en la que retratan a una burguesía emergente que derrota al Antiguo Régimen. Se nos presenta una sociedad que alcanza su máximo potencial, tanto artístico como intelectual, consiguiendo así romper las cadenas de la esclavitud.

Sin embargo, si observamos dicha revolución desde un punto de vista estasiológico, veremos que se asemeja enormemente a su descendiente, la Revolución Rusa. Los teóricos de la revolución coinciden en que las revoluciones se dan en etapas de crecimiento económico, donde las perspectivas de crecimiento de las personas se ven frustradas. Es decir, los países pobres no se pueden rebelar, porque las clases populares están demasiado ocupadas buscando comida con la que sobrevivir. Es por ello que muchas naciones africanas no entran en guerras civiles o en grandes revoluciones, ya que se encuentran postrados.

La creación de nuevas clases sociales y políticas, que se ven obstaculizadas por otras más antiguas, como pasó con la aristocracia francesa y la burguesía ascendiente, también impulsa el descontento generalizado que puede provocar un alzamiento. Por lo tanto, podemos afirmar que una revolución es el resultado de la frustración.

Partiendo de este punto, el paralelismo entre la Revolución Francesa y la Revolución Rusa es más que evidente. Ambas comienzan con una revuelta que expulsa a los contrarrevolucionarios, desde zaristas a terratenientes, dejando únicamente a los revolucionarios. Es entonces cuando se crean las divisiones dentro del mismo grupo revolucionario, en el caso de Francia con los girondinos y los jacobinos, y en el caso de Rusia, los mencheviques y los bolcheviques. Tras llegar al poder, una de las dos facciones intenta aniquilar a la otra, venciendo en ambos casos la facción minoritaria, jacobinos y bolcheviques. Luego de haber guillotinado a sus enemigos, comenzaron las purgas internas.

Es aquí donde se puede ver la destreza política que poseen los grandes líderes revolucionarios. En Francia, Robespierre se junta con la derecha jacobina, Danton, para neutralizar a la izquierda jacobina, los libertistas. Y una vez los libertistas son guillotinados, Robespierre se vuelve contra la derecha y acaba con Danton, para finalmente ser él mismo guillotinado y dar paso a Napoleón.

En Rusia, de forma muy similar, Lnin purga a los mencheviques. Tras su muerte, Stalin se apoya en la derecha bolchevique, liderada por Bujarin, para liquidar a la izquierda bolchevique, encabezada por Trotski. Después asesinó a Bujarin y tomó el poder, demostrando así que la Revolución siempre devora a sus hijos.

El legado de la Revolución Francesa, que sigue muy presente en nuestros tiempos, es largo y potente. Sin ir más lejos, el concepto de nación se construye, se concibe, en la democracia jacobina de Robespierre. Es aquí donde se crea este ente jurídico abstracto llamado nación, para justificar el poder político. A partir de entonces, se pasa a hablar de soberanía nacional en vez de soberanía real. Es decir, se deja de obedecer a una persona de carne y hueso para obedecer a una abstracción. El concepto de ciudadano también parte de la democracia jacobina, junto a su derecho social y el desarrollo del positivismo jurídico, que establece que la ley es fruto de la nación.

Aunque sin duda alguna, uno de los conceptos más importantes de las democracias que parten de la Revolución Francesa es el concepto de representación. Es aquí donde se altera el concepto de representación para producir una especie de transustanciación jurídica. Fue en este preciso momento donde Francia adoptó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Curiosamente, izquierda y derecha siempre fueron empleadas como denominaciones geográficas. Izquierda es la gente que estaba situada a la izquierda de Mirabeu en el juramento del juego de pelota francés, donde empezó a concentrarse el fin de la servidumbre y la Declaración de Derechos entre otras muchas cosas.

Otro de los legados que nos dejó la Revolución Francesa es la leyenda negra en lo referente a la Edad Media, que nace con la abolición del feudalismo. La invención ha llegado hasta tal punto que muchas veces se piensa que el pensamiento escolástico impulsó un periodo de represión oscurantista cuando, tal y como explica Jacques Le Goff, intentó vertebrar razón y fe. Sin embargo, es entendible el odio que desprenden los revolucionarios franceses hacia esta etapa, ya que gran parte de la prestación de servicios públicos era privada. Jacques Heers hace un análisis muy acertado en su libro ‘La invención de la Edad Media’, donde cuenta como una vez se nacionalizaron las carreteras y se estableció un tributo plano, los ciudadanos vieron un aumento considerable de los peajes por carretera.

No obstante, lo más curioso que pudo salir de la Revolución Francesa, y que está presente en gran parte del mundo actual, es la invención del metro, el kilo y el litro para poder facilitar el cobro de impuestos.Debemos tener en cuenta que cada territorio, tenía su forma de medir, lo que dificultaba la recaudación de impuestos, ya que las cantidades podían variar de un pueblo a otro. Tal y como explica Fernando Ros Galiana en su libro Así no se mide: antropología de la medición en la España contemporánea: “El espíritu de las luces se metamorfosea, de modo superlativo, en un programa de uniformación nacional masiva, enemiga de toda diversidad y diferencia”. La homogeneización facilitó la centralización del estado para así poder conseguir esa utopía igualitaria. Dicha búsqueda de la igualdad, llevó también a la estandarización de la vestimenta, especialmente de la masculina. Los colores básicos de los trajes modernos: azul, negro y gris, y todas sus variantes, provienen de la homogeneización de la ciudadanía durante el periodo jacobino. El Comité de instrucción Pública también elaboró un informe sobre la necesidad y medios para destruir las hablas dialectales y universalizar el uso de la lengua francesa.

Una vez caídos los jacobinos, Grácchus Babeuf postuló por la organización de la sociedad sobre la base del trabajo en común y una revolución social para completar la iniciada en 1879. Finalmente, fue guillotinado junto con los demás partícipes de la llamada ‘conspiración de los iguales’.


El gran teórico:


“El comunismo [...] es la verdadera solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, la solución definitiva del litigio entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y género”.

El objetivo principal de Marx siempre fue el fin de la opresión, con el fin último de instaurar una dictadura proletaria que socializara los medios de producción, ayudando a generar un salto de cantidad a cualidad en la vida humana. En 1844, “Marx había dicho que el mundo no pedía ser interpretado, sino transformado”. No obstante, Engels fue quien redactó un Esbozo de crítica de la economía política en 1843, mientras Marx aún no le había prestado atención a ese campo de estudio.

Si repasamos dicho escrito, podemos ver cómo ya desde sus inicios, Engels apoyaba el derramamiento de sangre para producir un cambio en el sistema político que terminase con el auge del proletariado.La palabra proletariado proviene del latín «proletarius». Los proletarius eran los orgullosos hijos de la República Romana que la servían ingresando voluntariamente en las legiones. El economista Sismondi escribe la primera crítica de la economía como mero aparato de oferta y demanda. Para él, el mundo del trabajo se había convertido en un mundo de proletarios porque era gente que venía del campo y tenían que emplearse como mano de obra inespecífica. El proletariado de Marx y Engels es un individuo perteneciente a una clase que sabe que, si no mata, extermina, a todas las clases que no son la suya, será muerto de hambre por el objetivo del sistema. “La actual clase oprimida, el proletariado, no puede emanciparse sin emancipar simultáneamente a la sociedad de su división en clases y, por tanto, de la guerra civil”. Marx se uniría a él poco después para ajustar cuentas con la izquierda hegeliana y crear una concepción del mundo. De esta colaboración de dos años saldrían La sagrada familia en 1844 y La ideología alemana en 1845. Estos dos libros contienen los cimientos del marxismo, en forma de sátira chistosa y panfleto ideológico.

En 1876, Marx y Engels consiguen publicar el primer tomo de El Capital donde nos presentan las dos ideas clave del comunismo: el concepto de la clase social y la plusvalía. Marx proclama en el Manifiesto comunista que “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”. Este aforismo, con el que se abre la primera parte del Manifiesto comunista, es, ante todo, el enunciado de una metodología crítica en la lectura de la Historia.

Ahora bien, Marx no emplea dicho término para referirse a la clase social. Cuando habla de «clase social», en realidad se está refiriendo a la casta, concepto que desaparece tras el Renacimiento ya que, gracias a las sociedades mercantiles, las personas tienen la oportunidad de ascender en el escalafón social, donde la suerte y el mérito influyen. De hecho, Marx nunca llegó a definir dicho concepto. Antes de morir, le entregó a Engels una breve nota que este luego añadiría en el tercer volumen de El Capital bajo el epígrafe «Las clases sociales», donde afirma:


“¿Qué forma una clase? [...] A primera vista, la identidad de los réditos y de las fuentes de rédito. Son tres grandes grupos sociales, cuyos componentes, los individuos que las forman, viven respectivamente de salario, ganancia y renta de la tierra, de la valorización de su fuerza de trabajo, su capital y su propiedad de la tierra. Pero desde este punto de vista médico y funcionarios, por ejemplo, también formarían dos clases, pues pertenecen a dos grupos sociales diferentes, en los cuales los réditos de los miembros de cada uno de ambos fluyen de la misma fuente. Lo mismo valdría para la infinita fragmentación de los intereses y posiciones en la división del trabajo social, desdobla a los obreros, como a los capitalistas y terratenientes; a los últimos, por ejemplo, en viticultores, agricultores, dueños de bosques, poseedores de minas y poseedores de pesquerías”

Lo que quiere decir Marx con estas diez líneas es que, si se considera que el origen de la clase social es la forma de ingreso, no podemos mantenerlo, porque hay demasiadas variantes, demasiadas formas de ingresos diferentes. Lo curioso de esta afirmación es que Marx se desdice de que hubiera dos grandes clases (la burguesía y el proletariado) diciendo que existen más de dos, ya que hay más de dos fuentes de ingresos.

Con el término «plusvalía» pasa algo parecido a con las clases sociales. Según Marx, es posible cuantificar la proporción que el interés del dinero y la participación del empresario supone de robo de trabajo. Sin embargo, dicha afirmación no es cuantificable. Dentro del álgebra de El Capital, Marx intenta de alguna manera cuantificarlo de manera que se pueda dividir, restar y multiplicar, pero es erróneo, ya que matemáticamente es irrealizable. Por tanto, se podría afirmar que la plusvalía es un pseudoconcepto. La proporción que el capital le quita al obrero no es un número, pues este no tiene ningún perfil cuantitativo.

Tanto El Capital como el Manifiesto comunista le servirán a Lenin como base de su política económica y le propulsarán a ser uno de los principales teóricos revolucionarios del siglo XX. La dictadura totalitarista que impone Lenin en Rusia tras la revolución de 1917 provendrá de la afirmación de Marx de que la humanidad no podrá desembocar de la noche a la mañana del capitalismo al comunismo, y de que habrá, tras la toma de poder por el proletariado, una transición durante la cual el proletariado ejercerá una dictadura despótica para borrar todos los estigmas de la antigua sociedad y reprimir a sus adversarios. Este mensaje será una de las enseñanzas fundamentales de Marx y Engels. “El Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”.


La dictadura del proletariado:


"La libertad ni se pesa ni se mide, solamente la comenzamos a percibir cuando esta se nos es arrebatada". Los seres humanos somos capaces de luchar contra ella, de defender y alzar a personas que lo único que quieren es arrebatárnosla, porque no somos conscientes de ella hasta que ya es demasiado tarde y lo único que podemos hacer es llorar y gritar como niños pequeños una vez la perdemos. Federico Jiménez Losantos, inspirándose en el poema del pastor protestante Martin Niemoller, hace la siguiente reflexión:

“Cuando los bolcheviques tomaron el Palacio de Invierno y apresaron al Gobierno Provisional, los social-revolucionarios o eseristas de izquierdas no protestaron, porque no pertenecían al Gobierno Provisional. Cuando ilegalizaron al Partido Constitucional-Demócrata (Kadete), no protestaron porque no eran liberales de derechas. Cuando prohibieron la libertad de prensa, no protestaron porque sus periódicos, con los bolcheviques, podían circular. Cuando prohibieron la huelga, no protestaron porque ellos no eran obreros capaces de alzarse contra la revolución. Cuando Lenin empezó a encarcelar mencheviques, ellos callaron porque no eran mencheviques. Cuando empezaron a perseguir social-revolucionarios de derechas, ellos lo aceptaron porque eran de izquierdas. Y cunado, al fin, vinieron a por los eseristas de izquierdas por denunciar el tratado de Brest-Litovsk, no había gobierno, asamblea, prensa, sindicatos, mencheviues, kadetes, ni siquiera social-revolucionarios de derechas que los defendieran”.

Para Lenin, como para Marx, la revolución tiene que culminar en una dictadura proletaria, ya que solo así podrá la revolución ser permanente.

En Rusia, por primera vez desde que se publica El Capital, la teoría se puso en práctica. Las asambleas extraordinarias quedaron fuera de la ley, mientras sus dirigentes y los sindicatos restantes fueron encarcelados o purgados. Los mencheviques y los eseristas fueron expulsados de los sóviets y empujados a vivir en la clandestinidad. Lenin se movió rápidamente para destruir cualquier signo de libertad de prensa, viendo a los periódicos como portavoces de la burguesía. Un decreto de noviembre de 1917 prohibió todos los periódicos no socialistas y, en la década de 1920, se eliminaron todos los periódicos no bolcheviques. La imprenta fue nacionalizada, con acceso restringido a quienes trabajaban en interés de los trabajadores y el orden socialista.

El historiador ruso Dmitrij Antonovic Volkogonov asegura que Lenin fue el responsable de crear todos los accesorios del régimen, que llevaron a millones a la muerte o al encarcelamiento. Bajo Lenin, argumenta, todos los componentes del estalinismo estaban en su lugar. Lenin había exigido un gobierno de partido único; Lenin creó la Cheka; Lenin intentó poner fin al debate entre partidos en 1921; Lenin creó la burocracia centralizada y todopoderosa, etc.

Los archivos de la antigua URSS están repletos de invocaciones a los bolcheviques para que sean despiadados con sus enemigos. Muchos miles que eran inocentes de cualquier crimen u oposición murieron a manos de los bolcheviques. "Durante años, Lenin había trabajado para conseguir seguidores obedientes que no se detendrían ante nada en el interés del partido. Tenía un ascetismo natural de carácter que el poder no corrompía, y podía hacer el mal sin perder de vista el bien supremo".

Por supuesto, durante todas las guerras, y especialmente en las guerras civiles, es probable que haya bajas. Enfrentado a la intervención extranjera, así como a la resistencia armada en la propia Rusia, el régimen, luchando por su propia existencia, llevó a cabo salvajes represalias contra presuntos opositores. Las normas morales de derecho y justicia desaparecieron, pero durante la guerra, ambos bandos utilizaron el terror. El barón Wrangel, un líder blanco en Crimea, ordenó la ejecución de 300 prisioneros de guerra, mientras que el líder verde Antonov permitió que su ejército de campesinos enterrara vivos a los comunistas capturados. Para los bolcheviques, sin embargo, el terror político no terminó con la guerra civil. Tenían una idea superior a la moral burguesa: Lenin la llamó justicia revolucionaria. La única prueba de lo correcto y lo incorrecto ahora se convirtió en si una acción promovía o no la causa de la revolución. La moralidad burguesa, en opinión de Lenin, fue diseñada para proteger los intereses de las clases adineradas y explotadoras. Para la llamada vanguardia del proletariado no podía haber tales grilletes ideológicos.

A día de hoy, aún hay historiadores que excusan los sangrientos métodos de Lenin. El historiador Christopher Hill afirma que: “El intento de derrocar a los bolcheviques después de la Revolución produjo ciertamente crueldades; pero el proceso revolucionario abolió un régimen de desesperación y creó un nuevo mundo de esperanza”. Todavía hay gente que defiende lo indefendible.


La venda sobre los ojos:


En 1918, cuando Lenin llevaba medio año en el poder, Yuli Mártov, el marxista ruso más relevante después de Plejánov, denunció el terror rojo con la publicación de un folleto titulado ¡Abajo la pena de muerte! Mártov asegura que “desde el primer día que subieron al poder y a pesar de que habían abolido la pena de muerte, los bolcheviques empezaron a matar”.

Durante la comisión de la Liga de Derechos Humanos de París, los socialistas condenaron a los miembros de la Cheka y la Guardia Roja, acusándolos de mercenarios y delincuentes, pero nadie les quiso hacer caso. Una gran parte de la II Internacional se volvió bolchevique y renegó de las inquietantes pruebas que Kautski y otros líderes habían aportado, junto con testigos y disidentes rusos. Todos decidieron darle la espalda a los que en su día eran los líderes socialistas para venerar al gran Lenin. Prefirieron vivir en una mentira antes que afrontar la verdad. Así, con esta ceguera voluntaria murió cualquier esperanza. Así es como se crea una dictadura, así se mata una democracia, con la ignorancia.


Rusia después de Lenin:


Tan pronto como enterraron a Lenin, fue aclamado como el héroe de la Revolución. Los periódicos, las estatuas y el cine contenían un sinfín de imágenes de Lenin. Dicha imagen sirvió para motivar a la población a imitar su compromiso con la Revolución. El embalsamamiento de su cuerpo para exhibirlo en el mausoleo de la Plaza Roja fue el ejemplo más llamativo del uso de Lenin como foco con fines políticos. Petrogrado pasó a llamarse Leningrado en 1924 en honor a sus logros. No hay duda de que hubo una ola de apoyo a Lenin en el momento de su muerte y el gobierno soviético pudo aprovechar esto. Las largas colas para ver el cuerpo embalsamado fueron prueba de este apoyo. A lo largo de la historia de la Unión Soviética, el culto a Lenin fue utilizado por sucesivos líderes para respaldar su afirmación de ser los herederos legítimos de la Revolución y el orden socialista.

El mito del gran Lenin se fue cultivando poco a poco, pero no solo en Rusia, sino también en el resto del mundo. Se erigieron estatuas cada vez más grandes, se instalaron bajorrelieves en los nuevos edificios, se produjeron películas pseudohistóricas, se escribieron canciones y biografías edificantes, al igual que se fundaron organizaciones y se concedieron los premios Lenin y las órdenes de Lenin. Todo pueblo y ciudad soviética tenía su calle Lenin, y pronto también las principales ciudades europeas, como Madrid, Valencia y Barcelona. “Solo en los suburbios de París, Lenin puede jactarse de tener trece avenidas, siete calles, tres plazas, dos bulevares, una glorieta, un pasaje y… un callejón sin salida”.

Lenin se ha convertido en un zombie, un ente ni vivo ni muerto. Su imagen, su nombre, se ha convertido en un símbolo que sigue resonando en los corazones de miles de personas. Sus ideas siguen vivas en las mentes de los revolucionarios que se niegan a aprender, que se niegan a rendirse. Su figura se ha distorsionado para poder crear la imagen de un hombre desinteresado, modesto y siervo del pueblo. Ahora el gran Lenin es lo que hoy en día llamamos marketing. La imagen utópica de un paraíso que tuvo que levantar un muro para evitar que la gente huyera.


Tropezando con la misma piedra:


Pero la Guerra Fría acabó y, con ella,

el secuestro del pensamiento de Lenin,

en las manos los burócratas soviéticos.

Por eso hoy podemos decir que Lenin ha sido,

con mucho, el MVP de la final.


Pablo Iglesias Turrión, La selección de baloncesto y la lucha de clases.


Casi 100 millones de muertos después, parecería que el mundo habría aprendido de los errores para no volverlos a cometer. Pero aún hay personas, demasiadas, que piensan que el comunismo es el paraíso en la tierra, la solución a todos nuestros problemas. La gente busca respuestas a las grandes cuestiones de la vida y se conforman con respuestas oportunistas. Todos buscan a un culpable de sus desgracias. Todos quieren apuntar con el dedo acusador, creyendo que así todo se va a solucionar. Se niegan a ver la realidad. ¿Cómo si no se puede explicar que el comunismo se siga defendiendo a día de hoy? Parece que la gente ha olvidado que, en 2019, el Parlamento Europeo condenó los crímenes del nazismo y el comunismo a lo largo del siglo XX. Es difícil imaginarse a un líder político del Congreso de los Diputados defendiendo la figura de Hitler. Sin embargo, no es complicado visualizar dirigentes políticos alzando el puño en honor a Lenin, Stalin o el Che Guevara. Aún hay una proporción considerable de gente que sigue pensando que el totalitarismo es justo y sensato. En España, hemos vivido el auge de la extrema izquierda, que fue apoyado por muchos medios de comunicación y que a día de hoy forma parte del Gobierno de España.

En sus inicios, Podemos abogaba por un sistema interno democrático en el que se tomarían decisiones de manera asamblearia, para darle voz y voto a todos sus miembros. No obstante, el control del partido acabó por centralizarse en la figura de uno de sus fundadores, Pablo Iglesias. Dicha centralización no fue una sorpresa para nadie, puesto que se podía esperar si se atendía a la ley de hierro de las oligarquías. Con esta ley, Robert Michels postula que los individuos que conocen y manejan asuntos complejos son la élite tecnócrata y burócrata. Según él, no existe democracia dentro de un partido. Lo único relevante es tener un líder fuerte.

Este último punto es evidente en Podemos, ya que en las elecciones europeas de 2014 consiguió burlar la ley electoral que prohíbe la inclusión de la imagen del candidato en las papeletas electorales. La propia cúpula entendía la importancia de la imagen de su líder. Y su objetivo era que Podemos se asociase con «El coletas». Al final, lo que se presentaba como una alternativa política acabó postrándose, sin mostrar resistencia alguna.

Aquellos que defienden la Memoria Democrática con mayúsculas, la retirada de imágenes y símbolos franquistas y el cambio de calles, portan la hoz y el martillo mientras alzan el puño celebrando la vida de un hombre que lo único que consiguió fue matar de hambre y frío a más de 30 millones de rusos tras la Revolución Rusa.

Ahora el discurso político se ha convertido en una afasia que insiste en pontificar sobre economía, política y sociedad, apoyándose en cinco términos: izquierda, derecha, extrema, ultra y fascista. Gracias a esto, los términos se han desligado de sus significados, permitiendo que la gente los use según les convenga.

Ya es normal ver en los perfiles de Twitter cómo las personas se definen a sí mismas como «antifascistas», como si los demás no lo fuesen. No obstante, si analizamos cómo emplean dichas personas este término, nos daremos cuenta de que poco tiene que ver con el fascismo histórico. El fascismo ha dejado de representar a Mussolini o a Hitler para pasar a significar «ideología que no profesa la mía». Tenemos que recordar que el fascismo desapareció tras la Segunda Guerra Mundial y hoy en día solo existen grupos minúsculos fascistas, sin aparente organización y sin representación parlamentaria. La izquierda necesita crear un enemigo para poder justificar sus actos.

Actualmente, vivimos en un estado formado por individuos que afirman que el comunismo es “democracia e igualdad” mientras piden que no se frivolice con dicha ideología. Algunas personas están implementando un discurso que intenta normalizar un movimiento extremista, contrario a los valores democráticos, con lo que demuestran que Lenin podrá estar muerto, pero el Lenismo sigue más vivo que nunca. Al final, todo se limita a aquellas palabras que dijo en su día George Orwell. “Es posible que, cuando se publique este libro [Rebelión en la granja], mis puntos de vista sobre el régimen soviético se hayan generalizado. Pero ¿y qué? Cambiar una ortodoxia por otra no supone necesariamente un avance”


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